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Las duras condiciones del trabajo en el campo habían traído a los hombres hacia las grandes ciudades en busca de los salarios que se pagaban en las nuevas fábricas. Estos trabajadores eran llamados despreciativamente “cabecitas negras” por los inmigrantes europeos.
El coronel Perón, a cargo de la Secretaría del Ministerio de Guerra, comienza a contactarse con los gremios, interesándose en desarrollar políticas que beneficiaran a los obreros que, hasta ese momento, jamás habían sido tenidos en cuenta. Quería hacer justicia con los más desprotegidos.
El Departamento de Trabajo, era una oscura oficina que se limitaba a hacer estadísticas y a resolver algún que otro conflicto gremial con criterio patronal. El sindicalismo era “libre”, como lo habían creado las políticas liberales, por lo que los trabajadores estaban separados en cuatro Confederaciones, con muy pocos agremiados y sin ningún reconocimiento por parte de los gobiernos.
El 27 de octubre, el coronel Perón se hace presente en el Departamento Nacional del Trabajo, instalado en el edificio del viejo Club del Progreso. Visita las oficinas, hace un breve discurso y se pone manos a la obra.
Desde ese Departamento, pronto convertido en Secretaría, Perón consigue para los obreros: régimen jubilatorio, vacaciones pagas, aguinaldo a fin de año, la legalización de los contratos colectivos y sobre todo, la unidad en una sola Central Obrera con agremiación obligatoria que fue la más grande herramienta que los trabajadores tuvieron para el crecimiento de sus sindicatos y para convertirse en los dueños de un poder nunca antes vivido.
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